Historia de la Devoción

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Biografía del Padre Rizzo

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La Confesión
Biografía del Padre Rizzo

Don Rúa comprendió maravillosamente. Ya San Juan Bosco había dicho: " Si Don Miguel Rúa quisiera hacer milagros los haría, porque es suficientemente santo para hacerlos". Y aquí obró uno de sus prodigios: comprender lo que otros no habían entendido: que bajo las apariencias toscas de este muchachote, se escondía un alma admirable. Y le dijo sin más: ¿Ya hiciste los diez días de Ejercicios Espirituales que se necesitan para hacer los tres Votos?" – "Si padre ya los hice, y también la confesión general de toda mi vida". Había terminado ya su año de noviciado. Era el año de 1904.

Don Rúa le dio entonces la respuesta más esplendorosa de su vida; "Te vas a la capilla, donde celebraba misa Don Bosco, te preparas un rato en oración, y yo mismo en persona te recibiré los Votos religiosos y te aceptaré en nuestra Comunidad".

Y así fue. Una vez más, Dios había escrito con renglones torcidos.

PARTIDA PARA AMÉRICA: REÍR LLORANDO

Fue designado para las obras salesianas de Venezuela y se vino sin tardanza. El viaje lo narraba después él mismo en una carta a sus familiares: "La nostalgia que siento es casi inaguantable. Pero la oculto con una muralla de alegría. Tanto que el capitán del barco exclama: "Vaya con este padrecito, como viaja de contento. Parece que la alegría se le sale por los poros". ¡Durante el día se quedan admirados al verme tan alegre, pero por la noche en mi camarote, no hago sino gemir y suspirar".

Ahí está retratado Juan del Rizzo: el hombre que de sus penas nunca hizo un espectáculo.

LOS SURAMERICANOS: NO TAN SANTOS COMO LOS IMAGINABA

Había que oírle narrar sus primeras experiencias en Venezuela. Con esos costeños repletos de malicia indígena como todos los suramericanos. Sin saber el idioma: le enseñaban una palabra muy sonora para que la repitiera delante de los visitantes y resultaba una interjección para arrear mulas. Mandaba a los muchachos a llevar bultos a la azotea, y después tenía que explicarles que lo que había querido decirles era que los llevaran al sótano. ¡Qué chascos humillantes!

Recordando aquellos tiempos de profesor nuevo en Caracas, él, recién desembarcado, venido de un seminario donde todos eran tan santos, a un internado a donde llevaban a muchos de los más pícaros de la ciudad para ver si se enmendaban; creyendo que los alumnos eran unos mansos corderitos, sin imaginarse que había por allí diablitos con cuernos de picardía, el Padre Juan ya anciano exclamaba: "Aquellos años fueron mi purgatorio, y a ratos mi infierrrrno" (el hacía sonar con mucha fuerza la "r"); pero abnegado y humilde como lo fue siempre, él lo sobrellevaba todo por el amor de Dios y por la salvación de las almas.

Y su ingenio le fue presentando métodos para ganarse aquellos traviesos discípulos. En Caracas hacía mucho calor. Bebidas gaseosas y helados era algo casi desconocido en aquel colegio pobre. Entonces, con la ayuda de sus amigos, se conseguía canastas de sabrosas naranjas y las repartía. Pero no a todos. Solamente a los que se portaban bien. A los que se portaban mal "que tomen agua del tubo", tibia y desabrida. Pronto la conducta de muchos había cambiado por completo. Siempre era mejor comer naranjas frescas que sorber agua caliente del tubo del acueducto. " Para un astuto otro más astuto".

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